El otro día, nos quedamos viendo la tele. Algo poco habitual porque no vemos la tele nunca. Pero decidimos comprar el reciver para ver los canales alemanes y acostumbrarme a escuchar las noticias en alemán y demás.

En el canal Phoenix, un canal alemán que sólo dan documentales, daban uno sobre el cóndor de los Andes. Una de las aves más grandes del planeta, junto al albatros, que sobrevuelan por toda la cordillera andina. Un biólogo alemán iba a la búsqueda del emblemático ave para estudiarlo. Los investigadores y lugareños le ayudaban en su propósito.

Los indígenas le daban «chuches» para mascar, todo tipo de alimentos hechos con hojas de coca para sobrellevar el mal de altura. Cuentan que Aznar, nuestro Aznas, en una de sus visitas institucionales como presidente rechazó una hoja de cocaína para mascar. Sus convicciones éticas y constitucionales se lo impedían. Esto último lo presupongo yo. Me habría gustado saber cómo se las arregló.

En fin, lo que más me sorprendió de este documental es la singularidad de el cóndor. Es el mayor ave no marina del planeta, hace nidos a una altura entre los 1.000 y 5.000 mts. Una barbaridad. Pero dicen que pueden llegar a volar hasta a una altura de 6.500 mts. Su plumaje les permite volar a esas bajas temperaturas. Llegan tan alto aprovechando las corrientes térmicas ascendentes verticales de aire cálido. Pueden recorrer cientos de kilómetros casi sin batir sus alas, sólo planeando.

Sus dimensiones pueden llegar a ser de 140 cms de alto, pueden pesar hasta 15 kilos los machos y 11 las hembras. Sus alas extendidas pueden llegar a más de tres metros de punta a punta. Su cara rojiza puede cambiar de color según su estado de ánimo. Como nosotros vaya.

Otra cosa sorprendente es saber que son monógamos, eligen a su pareja y hasta que no muere uno de ellos, no se buscan a otra pareja. Ponen un huevo cada dos años, más o menos, de ahí su baja natalidad. Por otro lado, son longevos. Pueden llegar  a vivir hasta a los 75 años.

Más cosas curiosas. Los Incas lo tenían en un pedestal, creían que era inmortal. Eran los portadores de buenos y malos presagios, un animal mitológico de carne y hueso y el responsable casi directo de que el sol saliera cada día. Ojito a la responsabilidad que le metían al bicho.

Otra curiosidad es que hasta no hace mucho se los emparentaba con los buitres, pero por lo visto tienen más cosas en común con las cigüeñas y las garzas. En fin, que me tiene todo loco de que posea tantas peculiaridades. Me imagino a el cóndor, dentro de una cueva a 5.000 mts de una pared vertical inaccesible, preparando su nido presionando con su pecho en el sustrato arenoso la cavidad en donde incubará el huevo durante 50 o 60 días. Un huevo de días para ser un ave. Valga la redundancia huevera.

No sé porqué pero ahora mismo me estoy acordando de mi último casero en Suiza (no lo estoy llamando carroñero, ni mucho menos). Un tipo,  muy, pero que muy especial, suizo 100%. No había día que no me viniera con una historia «muy importante» que debíamos solucionar. Un buen día se me presentó en mi casa con un libro donde hablaba de lo perjudicial de la ondas electromagnéticas, en especial de los routers. Me dijo que le preocupaba que usara el wifi, porque era cancerígeno, que estaban rodeados de vecinos «cancerosos». Tuve que sonreír con la boca torcida al escuchar el palabro. Después de aclararle que de poco servía que yo apagara el wifi si la señal del wifi de los vecinos llegaba hasta su casa también, en un intento de zanjar la disquisición, le señalé hacia las cumbres de los Alpes de más de 3.000 mts que teníamos delante de nuestras narices y le invité a irse a vivir allí, donde seguro que no llegaría ningún tipo de cobertura ni onda cancerosa.

Todo esto me lo ha recordado el cóndor andino, el ilustre inquilino de las cimas más altas, observándonos a todos, impasible. Libre de wifis y de caseros.