1917 a una hora y media al sur de Bagad.

El arqueólogo Robert  Koldewey y uno de sus discípulos, el también arqueólogo Walter Andrae, conversaban sobre sus planes futuros para cobrarse todo el trabajo que llevaban realizando a lo largo de casi dos décadas.

A principios del siglo XX, había un competición entre historiadores y arqueólogos ingleses, franceses y alemanes por recopilar y descubrir el mayor numero de monumentos y objetos antiguos del antiguo mundo. La mayoría se centraba más en excavaciones normales, nadie se atrevió a buscar y desenterrar algo tan mitológico como las ruinas de la antigua ciudad de Babilonia, centro neurálgico de las primeras civilizaciones entre los ríos Tigris y Éufrates. Fascinado por la leyenda de la gran metrópoli que hizo grande el rey Nabucodonosor II, Robert Koldewey se puso manos a la obra para rescatar la famosa puerta de Ishtar, unos de las ocho puertas por las que se accedía a Babilonia, tal vez la más conocida al ser el paso para recibir el año nuevo después de pasar por la Vía de las procesiones, con infinidad de motivos con flores, leones, toros, dragones y otros seres mitológicos… adornaban unos azulejos azules vidriosos. La puerta tenía 48 metros de anchura por 18 de altura. El trabajo de recuperación de estos tesoros arquitectónicos de la antigua civilización se realizó excavando hasta 24 metros de profundidad, una tarea ardua para cualquiera, pero que Koldewey acometió con disciplina, paciencia e ingenio.

A continuación, doy paso a la más que probable conversación que tuvieron maestro y discípulo:

Robert Koldewey: Mira Walter, mira lo que hemos logrado, rescatar una de las siete maravillas del mundo antiguo, la cuna de la civilización.

Walter Adrae: Qué lástima que no lo puedan admirar todos nuestros compatriotas, tendríamos que hacer algo Robert, cobrarnos nuestra justa recompensa. Vamos a llevárnosla.

Robert Koldewey: ¿El qué? ¿la puerta?

Walter Andrae: Sí, con un par de huevos teutones.

Robert Koldewey: Claro que sí, qué menos. Nos inventamos un cambalache y adiós muy buenas. Eres un crack. ¿Un piquito?

Walter Andrae: Vale.

Y más o menos así, convinieron llevarse, como quién no quiere la cosa, la puerta de Ishtar, desmontándola y almacenándola cuidadosamente, numerada en cajas, azulejo por azulejo, piedra por piedra. Las camuflaron poniendo encima carbón, transportándolas por el Éufrates destrangis hasta cargarlas en barcos alemanes que los esperaban a la chita callando, rumbo a Berlín. Allí años después y una vez fallecido Robert Koldewey, el sibilino a la par que pérfido Walter Andrae, guiándose por las acuarelas que había realizado años atrás y con un equipo de treinta personas, se dispuso a reconstruir la famosa puerta de Ishtar en el museo de Pérgamo de Berlín, con sus leones, toros, dragones, margaritas… con unas dimensiones nunca antes vistas para un museo, con 15 metros de altura por 24 metros de ancho. Prácticamente la mitad de sus dimensiones originales, pero no deja de ser absolutamente increíble verlo en persona. Para saber más sobre la historia de la puerta de Ishtar, y sobre todo, información mucho más exhaustiva que la de un servidor de ustedes, pueden pinchar aquí.

Irak reclamó en más de una ocasión que la famosa puerta de Ishtar volviera a su emplazamiento original, pero al parecer, los alemanes se hicieron los suecos, se pusieron a silbar con las manos en los bolsillos esquivando las miradas de desaprobación. Y como ésta hay infinidad de historias, de robos sistemáticos con buenas palabras. Luego se sorprenderán porqué el oriente medio se la tiene jurada a occidente.