Harderwijk
El sábado salimos más bien tarde, por no decir que nada temprano. Cogimos nuestras bicis, las metí del tirón en el coche y hala, a Holanda que nos vamos.
No era la primera vez que visitaba Holanda, pero nunca fui tan al oeste, en busca del mar. Nuestra primera parada fue Harderwijk, una bonita ciudad a orillas del Veluwemeer, uno de los brazos de mar que se adentran en los Países Bajos. Lo primero que me llamó la atención es la gente, ¡había gente!, el mercado con las flores, la gente con las bicis… la plaza central repleta de gente sentada en las terrazas. En la Rathaus, la casa del ayuntamiento un chaval pinchaba música como si se tratara de un festival de dance. Entre tema y tema algunas chicas hacían coreografías medio improvisadas en el centro de la plaza. Esa es otra, los holandeses por regla general son altos, pero es que las holandesas no se quedan atrás, ¡hay que hablarles de usted a las chicas!

La visita transcurrió plácidamente probando las típicas pommes frites, las patatas fritas con mayonesa y otra salsa, muy, muy ricas. Las comen a todas horas en Holanda. Comer luego por allá y luego dar una larga vuelta con las bicis. Holanda es el paraíso de las bicicletas, tiene infinidad de rutas asfaltadas, con sus dos carriles, todo preparadísimo. Las vistas por la autopista de bicis, mirando a la izquierda las bonitas casas, tirando a pequeñas, coquetas, pero con ventanales grandes, muy grandes y sin rejas ni cortinas ni persianas ni nada. Otra cosa típica del país del tulipán. A la derecha podemos ver los arenales y el mar de Veluwe y más allá del mar, infinidad de molinos de viento.
Más tarde nos fuimos a «una playa» con un chiringuito para tomarse unas cervezas o un café, como nosotros. Y tomar el sol, como los lagartos. Esto es vida.
Después de pensar un poco qué hacer luego, decidimos ir a Lelystad, en busca del mar, de un mar más grande, porque tienen varios. Nos equivocamos, la ciudad es más bien fea, volvimos al coche rápido y nos dirigimos hacia una carretera muy peculiar, una que atraviesa el mar. 25 kms de carretera donde a la izquierda está el mar de Marke y a la derecha el de IJssel. Tremendas vistas atravesando el mar por en mitad de la nada. Menudo trabajo la de los holandeses construir una carretera en mitad del mar. Llegamos a un pueblo de pescadores con la intención de hacer unas fotos del atardecer, y allí nos quedamos asombrados del encanto del pueblo, Enkhuizen. Los canales, los diferentes barcos amarrados, el puente levadizo, las iglesias iluminadas, los pubs, muy chulos, las casas perfectamente cuidadas, con una obra vista impecable, minimalista. Lo que más nos sorprendió es que no eran casas especialmente grandes, pero como en Harderwijk, los ventanales de las casas estaban abiertos de par en par, es decir, a la vista de los transeúntes. Podías ver la vida de la gente de la casa. Muchos viendo la tele en sus plasma, o leyendo, o con el portátil, o viendo el partido de futbol con los amigos, o simplemente reunidos alrededor de la mesa de la cocina. Pero todo estaba inusualmente arreglado, como de revista. No vimos ni una sola casa que no estuviera amueblada exquisitamente. Qué contrastes más grandes puede encontrarse uno en pocos cientos de kms.

Se nos hizo de noche admirando todo aquello, así que nos quedamos a cenar pescado frito, lo típico del lugar, en una especie de pescadería restaurante, o viceversa. Precios razonables y comida riquísima. Si vuelvo a visitar este pueblo repito fijo allí.
Y así fue el día improvisado en Holanda, La próxima vez hacemos noche pero aún más allá, hasta el mar de verdad, el Atlántico. Repetiremos.