Mi patria, en mis zapatos

Pero allá donde voy
me llaman el extranjero.
Donde quiera que estoy
el extranjero me siento.
 
También extraño en mi tierra,
aunque la quiera de verdad,
pero mi corazón me aconseja,
los nacionalismos que miedo me dan.
 
Ni patria ni bandera,
ni raza ni condición,
ni límites ni fronteras,
extranjero soy.
 

(fragmento de la canción “El extranjero”, de Bunbury)

Mira que Enrique Bunbury no es que me mate mucho, y el cantante estará lleno de contrariedades, como las de cualquier hijo de vecino, supongo. Pero en esta letra vislumbro un sentir que le debe pasar a más de uno, a mi por lo menos me pasa.

Hijo de extremeños, nacido y criado en Catalunya, siempre hemos sido o los catalanes o los charnegos para unos y para otros. No gritado a viva voz, pero sí en la mente de mucha gente. No es un drama, es la realidad.

«entre dos cariños repartidos,
que si encuentro a uno llorando,
es que el otro la ha ofendido»

Decía el poema de Rafael de León. La letra hablaba de la relación entre suegra y nuera, pero para el caso es lo mismo, uno siempre anda en medio, aunque últimamente más bien fuera de todo. Me gusta la tierra donde he nacido y me criado. Estos últimos años la he echado de menos más que nunca. Pero a la vez estoy muy orgulloso de que mi familia venga de Extremadura, con una cultura, y sobre todo un saber estar de las personas que son un tesoro. Ahora, viviendo en el extranjero sigue sin ser un drama, pero de alguna manera sigo siendo el extranjero, el español, el catalán. Y ahora, seguramente ojos de estos últimos, el alemán. “Bueno, pues molt bé, pues adiós”, como diría Trapero, y me dejo ya de citas.

Cuando gritas a un niño o usas la fuerza es un fracaso para un padre. El padre debe de ser lo suficientemente inteligente, adulto y comprensivo para solucionar los problemas que deba solucionar con su hijo. Con la política creo que es lo mismo. Usar la fuerza, la descalificación, el no al dialogo, es un fracaso de todos, pero sobre todo de los políticos, que se supone que están preparados para encontrar soluciones democráticas ante los problemas que tenga el pueblo.

El senyor Pujol, “el  molt honorable”, de eso sabía un rato. Paciencia tenía mucha, inmensamente proporcional a su avaricia. Por eso supo barrer para casa (Catalunya) todo lo que hubiera que barrer, sin salirse de las reglas del juego. Sólo que luego se inventó otras reglas en su casa  y ya puestos, barrió un poquito más, sólo un poquito, presuntamente, claro.

En fin, no tengo una fórmula mágica para solucionar todo este embrollo. Pero si hay vacunas, que previenen de muchos males que ayudan a incendiar las calles tal y como ha ocurrido los últimos días. Y los que quedan. Viajar, viajar más en la medida de lo posible, ponerse en la piel de los otros, en la medida de lo posible también. Apagar la tele y las radios, o no creernos todo a pies juntillas puesto que en la era de la comunicación, gracias a Internet y todos los medios de los que disponemos, parece ser que es cuando más desinformados estamos. Mira a tu alrededor y piensa y siente por ti mismo. O al menos inténtalo.

Y hasta aquí, mi discurso de abuelo cebolleta de hoy.
Mi patria, en mis zapatos. Mierda, lo he vuelto a hacer.

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