La cuarentena se alarga como un chicle. Desgasta poco a poco, como la gota china (que no malaya) o el oleaje al chocar contra las rocas una y otra vez.
En realidad ya casi ni veo películas, ni leo, leo poco, ni escribo, aunque lo esté haciendo ahora para no perder esa habitud, casi por necesidad en tiempos pasados, cuando recibía mil y un imputs, emociones y experiencias con ganas de compartir por aquí.
Mi calentador dijo basta en mitad de la cuarentena. Tuve que buscar un técnico que todavía hiciera servicio de reparaciones, en medio de esta cuarentena. Al final acabó cambiándose el calentador por una moderna caldera preparada ya para una futura instalación de la calefacción. El técnico agujereó la pared por todos lados, me dio trabajo para tapar y enyesar y alicatar con el material que por suerte tenía en casa.
Avatares domésticos aparte, he de decir que la cosa pinta mal, que esta falsa calma, esta caída de los infectados y muertes, no son otra cosa que la antesala de una gran tormenta. Una gran tormenta económica y social. Me viene a la mente el cuento de los ratones en busca del queso. El queso ya no estará allí, las cosas cambiaron, toca andar a ciegas en un mar de incertidumbre. Cualquier cosa menos quedarse parado. Cuando nos dejen, claro.
Sea como sea, Its too late now, tal y cómo solía decir Van Morrison al despedir sus conciertos a principios de los setenta. Es muy tarde ya. Lo que tenga que pasar pasará. De momento podemos bailar un último vals junto a The Band y el señor Morrison.