Llegamos al caer tarde al camping. El cielo encapotado amenazaba con descargar una buena tormenta. Nada nuevo para las costas de Ribadeo, el primer pueblo de Galicia viniendo de Asturias. Los campistas que allí pernoctaban habían colocado un montón de piedras alrededor de sus tiendas, los tildamos de exagerados. Desplegamos nuestra comanche, nuestro carro tienda, y en poco segundos ya teníamos montadas las estancias donde íbamos a dormir. Después nos acercamos al pueblo a dar una vuelta, cruzando la ría del Eo por el puente, ataviados con chaquetas y pantalones cortos, resistiéndonos a ponernos pantalones largos, se supone que era verano. Comimos, hicimos fotos a casas típicas, a expositores con todo tipo de dulces y souvenirs, compramos las famosas tortas de Ribadeo y poco más. Volvimos para el camping, estábamos cansados.
Esa misma mañana estábamos en Gijón. Recuerdo que en las carteleras de sus cines tenían expuesto el «No me chilles que no te veo», la comedia de moda protagonizada por Gene Wilder y Richard Pryor. Hacíamos un tour por el norte de España. Ya habíamos estado en Santander, en San Sebastián… Fuimos a parar a Ribadeo por casualidad, porque parecía bonito el paisaje, ignorando completamente que allí se encuentra la ahora famosa Playa de las Catedrales. No la llegamos a ver, peros si las costas rocosas, con un mar embravecido, donde las olas chocaban violentamente contra las rocas de formas caprichosas. Veíamos el espectáculo desde lo alto del cerro, desde los prados verdes. Sólo se iluminaba el cielo crepuscular con cada rayo que impactaba en el fondo del mar.
Mientras hablábamos con otros niños en el camping, preguntándonos por quienes éramos, de dónde veníamos, a dónde íbamos… preguntas lógicas para unos niños, pero tan trascendentales para cualquiera en el gran viaje de la vida, vimos con preocupación como las tiendas del camping empezaban a ser zarandeadas por un viento cada vez más fuerte. Sólo las pesadas piedras impedían que salieran volando. Nuestra tienda comanche empezó a balancearse como nunca lo había hecho antes. No habíamos puesto ni una sola piedra, sólo íbamos a pernoctar una noche allá. Craso error.
Esa fue la primera vez que me di cuenta de las diferencias entre el pienso, quiero y puedo.
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