Escribo estas líneas de noche, desde la terraza de casa. A cada 20 segundos veo llegar un avión a Palma. El ir y venir de los turistas no cesa. Desde Sineu la cosa cambia, reina la calma. Vida de poble.  Hoy estuve trabajando en un hotel de Can Pastilla. La mampara de una ducha se venció. Demasiado pesada para un tabique de pladur. Tocó hacer inventos para sacar las baldosas y probar a reforzar una pared de papel para una puertaca de cristal.

Mientras trabajaba veía a los turistas desayunando, o tomando el sol, leyendo con la tablet o dándose un baño. Me miraban curiosos, jodiendo un poco el momento de relax cortando con la radial en la terraza. Subí a la terraza del hotel para tapar unos agujeros, una chorrada, y me encuentro a un barman argentino atendiendo a los bronceados turistas que el máximo esfuerzo que hacen es levantarse de la hamaca para pedir otro mojito. Todos los hoteles tienen piscina en la terraza, al menos todo los que quieran ser modernos. Cuando levanto la vista, después de ofrecerme el chico argentino algo para beber, veo que el skyline desde la terraza es impresionante. Se podía ver toda Palma, El Molinar, Ciudad Jardín, Can Pastilla, donde estábamos y el arenal. Y mar, mucho mar. Tenemos el aeropuerto a escasos 2 kms, si llega. Hay turistas que llegan a Palma para quedarse a 2 kms del aeropuerto, como el que toma un bus  en busca del sol y de la playa.

Esta semana, en la otra punta de la isla, conocí a un suizo, ya mayor, sobre los sesenta, que vino a Mallorca ahora hace 5 años. Era medio hippie, vive en una casita pegada a una finca, de okupa consentido. Le comento que viví precisamente 5 años en su país. Y me empieza a explicar los motivos por los que vino acá. Venía a decir que para los suizos su vida es el trabajo, que cuando se encontraban era para hablar de trabajo, y que cuando morían en la esquela ponía «su vida era el trabajo».

• ¡¡Vaya mierda de vida!! ¿¿Lo puedes creer?? Me espeta con su acento extranjero, igualito que mi último casero en Suiza.
• Lo creo, lo creo… Le respondo asentando la cabeza.

El viejo era un poco peculiar, pero no tan loco como muchos, y no tienen que ser suizos, que su vida la dedican a trabajar y a acumular cosas. Porque la competencia es feroz.

Esta última semana hemos estado descubriendo nuevas calas, como Cala Santanyí, o las playas de Muro ( y sus fiestas locales), o Es caló des Moro, que ya la conocía pero no en verano. Otro descubrimiento ha sido el Puerto de Alcúdia, que sólo lo he conocido en invierno, lloviendo a mares y de noche. Una ciudad fantasma. O a las 4 de la mañana, cuando el ferry me soltaba en la isla primero con mi coche y luego con la moto, a las 4 de la mañana. Horas intempestivas para conocer el pueblo. Pero esta vez sí. Qué bonita bahía, que ambiente más bonito y veraniego, que chulos los bailes regionales de los mallorquines. Qué manera de sonreír mientras bailan, qué colores entre sus prendas y el atardecer con las palmeras, ¡cuantos contrastes de unas tierras a otras!