Alrededor de las seis de la mañana, después de una noche de fiesta por pueblos costeros de la Costa Brava, Rosa nos dijo que fuéramos a un punto en concreto de la Nacional II para ver el amanecer, pegado a la costa, en una de las muchas serpenteantes curvas que bordean aquel lugar tan escarpado. Aquellos apartaderos al filo de los precipicios se convierten en improvisados miradores.
Una vez allí, miramos el horizonte del mar, hacia el este, esperando un amanecer esplendoroso, como esplendorosa había sido la noche. Entre tanto, miraba a mi alrededor, para ver si avistaba a Sazatornil enfundado en su uniforme de Guardia Civil y el resto de personajes de la famosa película de José Luis Cuerda. Pero no, sólo estábamos nosotros. Esperamos un poco más, me impaciento. No saqué la pistola porque no la llevaba encima. Sino exigiría como el cabo Gutiérrez, a pistoletazo limpio, que saliera el sol por donde tenía que salir.
La sangre no llegó al río, salió por donde debía salir, por el Mediterráneo, y a su hora. Mucha Ibiza y mucha isla del caribe, pero nuestra Costa Brava que no nos la toque nadie. ¿El amanecer? Pues precioso, como no podía ser de otra manera. Dejándose ver los primeros rayos de sol en el mar, para luego ir iluminando y dando color a las escarpadas costas, adornadas con pinares verdes que amenazan con despeñarse por aquellos barrancos agrestes.
Después volvimos a Tossa de Mar, a dejar nuestras toallas en la playa vacía, con vistas al castillo, para luego echarnos a dormir. Sobre las once y media nos asomamos a la terraza y vemos una plantación de sombrillas y toallas de mil y un colores. Tocaba buscar donde estaban las nuestras, como si se tratase de una gincana.
El agua estaba fresca, en su punto. El fondo del mar llena de piedras redondeadas que masajeaban nuestros pies. Los senderos para llegar hasta nuestras toallas se desvanecían entre toallas, niños, señoras y hombres leyendo el diario… Los salpicaba a todos, inevitablemente. Igual de inevitable era regalarse una buena paella con vistas al mar. Frescos, lozanos y hambrientos. Así da gusto de comerse una paella. Chupábamos todos y cada uno de nuestros dedos para no perder ni un solo sabor de aquel manjar español, al que los valencianos lo llaman entre una mezcla de desprecio e indignación, «arroz con cosas».
Y es así, bañados en esa luz de verano que activa todos tus sentidos y colorea todo a tu alrededor, donde uno quiere pasar los días olvidándose uno del reloj. Donde Ava Gardner se rindió a los encantos de aquel paraje y su gente durante el rodaje del film «Pandora y el holandés errante» en los años cincuenta. Un lugar tan bello que rebosa a borbotones de algo que cualquiera anhela y necesita. Vida.
Adoro la Costa Brava. Gerona y toda su provincia me parecen uno de los lugares más bellos de nuestra geografía. Tanto el interior como la zona costera. Este año por temas de trabajo me he quedado sin vacaciones, bueno, he tenido pero no he podido salir. Todos los años terminamos nuestras vacaciones en la Costa Brava. Una semana de turismo por el extranjero y otra semana en la zona. Y cada año descubro rincones nuevos que me dejan la boca abierta y aquellos que ya conozco, son más de 25 años veraneando allí, me siguen sorprendiendo. Y eso que yo no soy de playa, soy más montuno, pero ese es uno de los encantos de la Costa Brava, esa mezcla de monte junto a la playa. Espero el año que viene poder volver.
Pd – Ava Gardner era mucho más guapa que la escultura que hay en Tossa.
Un abrazo.
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Es verdad, donde leí que conocías bien la Costa Brava, me lo comentarías en alguno de los muchos comentarios que nos hemos cruzado? En septiembre espero perderme por allá, que ya va tocando. Y sí, la escultura de Ava Gardner de Tossa no le hace justicia. Tengo alguna foto con ella eso sí, jeje.
Un abrazo, es agradable leer tus comentarios por aquí.
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