Una semana en la ciudad y ya echo en falta el campo, la naturaleza. En la ciudad se va a el ritmo de un montón de gente que se rigen por horarios, horarios a los que siempre le falta tiempo para llegar a todo. O eso parece. En el campo, parece que el tiempo se detiene, pero sigue su curso irremediablemente. Curiosamente, no estás tan pendiente del reloj, pero no te da tiempo a aburrirte, ¡hay tantas tareas por hacer!
Tenemos un mirador, porque no es una terraza, es un mirador al que sólo le faltan los prismáticos (tiempo al tiempo). Subimos la bandeja con los cafés y las pastitas, cogemos la gafas de sol y nos ponemos a admirar el espectáculo. Las golondrinas ya hace semanas que andan por el pueblo, vuelan en grupos o en parejas, es la época del apareamiento. Sobrevuelan los tejados como aviadoras intrépidas, girando en el último momento, en ocasiones rozando nuestras cabezas. ¡Ah!, sólo podemos admirarlas una y otra vez, y a los vencejos, más grandes y menos habilidosos volando, y a las palomas, que prefieren posarse en el campanario y en lugares altos.
Hay otra cosa que nos encanta escuchar, el canto del búho, del mussol. A los de Fórnoles les llaman Mussols, porque según cuentan, bajaban de noche hasta Ráfales el pueblo de al lado, en busca de agua o qué sé yo. Pues bien, el mussol de Fórnoles, al que tenemos identificado, canta al anochecer, siempre a la misma hora. Después de emitir sus cánticos guarda silencio, hasta el próximo día.

De buena mañana, antes de amanecer, puedes escuchar un chillido parecido al de una hiena (uno sabe es esto por los documentales de la 2). No es un perro ni una hiena. Es un zorro en época de apareamiento. El chillido es estremecedor, resuena entre las montañas.
A veces, desde nuestro mirador podemos avistar buitres y águilas, que vienen de zonas más rocosas a la nuestra. Verlos mantenerse en el aire sin agitar sus alas es otro espectáculo digno de ver.
A tres kilómetros tenemos la N232, que estuvieron muchos años ampliándola construyendo puentes y túneles para evitar unos mareantes puertos de montaña. Pasas Monroyo, dejando a la izquierda Peña Roya de Tastavins, la pequeña Morella, como la llamamos nosotros, y más adelante Torre de Arcas y Herbés.
A no muchos más kilómetros, siempre en ascendente, el paisaje cambia abruptamente, dejamos atrás los bosques frondosos y sólo nos quedan los montes pelados. Cuando llegamos al puerto más alto, el de Torre Miró, ya en la provincia de Castellón, resulta que estamos a 1.200 mts, y no lo parece. Si bajamos el puerto nos encontraremos a pocos kilómetros uno de los pueblos catalogado como de los más bonitos de España, Morella (el de la imagen de portada), con sus dos kilómetros de murallas que recorren todo el pueblo, y su castillo en lo alto de un peñasco que corona la población, edificado por los Íberos, pero que luego pasaron a manos de romanos, cristianos y árabes. Los de la costa de Castellón suben a Morella como destino predilecto para una escapada a un lugar típico, pero es que a nosotros nos queda sorprendentemente cerca gracias a la estupenda carretera que es casi una autovía.

Las próximas excursiones, cuando nos dejen, pasarán seguramente por Morella, para recorrerla más a fondo, pasando por el Forcall, y Zorita del Maestrazgo que tiene un santuario incrustado en una gran roca. Y si el tiempo lo permite visitar Aguaviva, donde son famosas sus pozas para bañarse. Pueblos recónditos y pintorescos esperando ser descubiertos.