Hubo un tiempo, diría que hace años, que mi afición a escribir por aquí y a contar cosas aleatoriamente, algo que odia Google para los posicionamientos y los lectores, porque no saben de qué coño va este blog, me llevaba a publicar cada dos o tres días. No fallaba nunca, durante años. Ahora, será por el trabajo, el tiempo, o la falta de él, o el cambio a hábitos en este cuerpo que habito, fíjense en lo que cambia una simple tilde, no me apetece tanto escribir.
Pero como toda norma tiene sus excepciones, ésta es una de ellas.
Ahora me dedico a placeres más mundanos, o al menos los que me dejan. Tan mundano soy que pasados los cuarenta años ya doy síntomas de desgaste y sufro lumbalgias que me postran en casa, quiera o no. Hago cosas tan mundanas como comprar vinilos de flamenco en el sur de Francia o hacer en un sinfín de fotos en la Costa Brava sin un objetivo determinado. Igualito que Paco Ortega cantando aquello de, doscientos japoneses haciendo click.
Tan mundano soy que me veo en las palabras que un día le oí decir a George Harrison, sentado con las piernas cruzadas en una butaca de su jardín, que tenía 58 tacos pero que no se sentía como un hombre de esa edad. Que sentía y vibraba como un joven atrapado en el cuerpo de un señor mayor. Algo parecido me pasa al ver a los hijos de mis amigos. Primero de bebés y luego en un par de pestañeos, ya hechos unos jovencitos. Eso quiere decir que el tiempo pasa para todos, pero a uno se le pasa por alto a menudo.
Antes ir a Barcelona no era un problema para ir, me plantaba allí con la moto allá donde hubiera algo interesante que hacer o ver, ahora me lo pienso dos veces, soy mundano hasta para eso, hasta para hacerme mayor. Mi médico me dijo que el problema de mi lumbalgia tenía poco o nada que que ver con mi trabajo, sino más bien de mis hábitos sedentarios. Me repateó bastante esa afirmación porque primero, no me conoce, aparte de mis informes médicos, y segundo, me considero el culo más inquieto ya no de mi familia, sino de muchos de mi amigos y conocidos. Ahora hago yoga por las noches, intermitentemente, para colocar y estirar todos mis músculos que se agarrotan, tal vez por malas posiciones, tal vez por los nervios del día a día con tanta premura.
Sueño con tener un trozo de tierra, al alcance, como Iván Ferreiro después de sus conciertos, para relajarse y mirar sus hortalizas y rosales, igualito que George Harrison, otra vez. Era frecuente que los fans pudieran ver al beatle en su jardín, arreglando los rosales de su mansión en Londres. Un tipo que junto a sus colegas habían cambiado el mundo a generaciones enteras y en sus ratos libres se dedicaba a abonar sus rosales. Sea como sea, cada vez me gusta más la tierra, la madera, la construcción de espacios usando el ingenio, la creatividad, tanto como lo que hice durante meses en mitad de la pandemia. Odio los relojes, como el capitán Hook, odio las prisas infundadas, y ya de paso todos lo que intentan ir a la moda de lo que sea, incluso de irse al mundo rural. Parafraseando al gran pensador, que no político, Mariano Rajoy, «somos sentimientos y tenemos seres humanos». Pues eso, pero al revés. Mientras tengamos sentimientos seguiremos siendo seres humanos, mundanos sí, pero humanos al fin y al cabo.
Aquí dejo otro tip musical de una chica de tan solo catorce años cantando el For no one de The Beatles de manera sublime. Somos sentimientos Mariano, lo somos.