La inflación, como su propio nombre indica, no para de inflarse, igual que el euribor, los precios en el súper y el ego de los influencers. Tan acostumbrados nos tienen a pagar a su antojo, que ya hasta en algunos sitios del mundo nos prohíben morirnos.

En el archipiélago de Svalbard, cerca de Groenlandia, existe un pequeño pueblo llamado Logyearbyen, la capital del archipiélago con algo más de 2.000 habitantes. El lugar promulgó una ley hace ya más de 70 años que prohibía expresamente morirse en la localidad, obligando así a emigrar a gente con enfermedades terminales, embarazadas y todo tipo de personas que teman por su vida. Que digo yo, yo también temo por la mía. La cosa es como decía aquella rola de Kevin Johansen sobre las emigraciones, ¿Sur o no Sur?, ¿y a donde vamos ahora?

A ver, razones tienen (y sino buscarían otras), el caso es que en aquella zona tan al norte del hemisferio, la temperatura no sube nunca más de 18º, quedando eternamente los cuerpos de los fallecidos incorruptos como quién dice, congelados, a lo Walt Disney, con el consiguiente peligro que existe para la propagación de virus y otras epidemias. Que digo yo que existen los crematorios… pero nada, nada, que emigren, eso que nos ahorramos en cementerios, tanatorios y los costes de la seguridad social para mantener a los empleados de los mismos, que todavía querrán cobrar y todo. En fin.

En España no tenemos que emigrar para sufrir estas rocambolescas prohibiciones, pero también te sale caro morirte, a ti o a tus herederos, también enfermarte. Algún día las herencias serán sólo deudas, deudas que no prescriben y tienen que hacerse cargo los seres queridos, si los tuviera el fallecido, lastrando así, aún más, sus paupérrimas vidas.

Volviendo al tema del pueblecito escandinavo, sugeriría poner un letrero a modo de eslogan en el puerto de entrada a la localidad; «NO ES PAÍS PARA VIEJOS», como rezaba el film de los hermanos Cohen. Quién avisa no es traidor oiga.

pd. ¿Han visitado Zurich alguna vez? Si han probado a cruzar un paso de cebra comprobarán que el tiempo que deja el semáforo a los transeúntes desde que se pone verde hasta que vuelve a ponerse en rojo es una pura carrera hasta la meta. Es una ciudad de negocios, tampoco es una ciudad para viejos, no tienen tiempo que perder.