El retorno del emigrante por Navidad

 

1430 kms hay de distancia desde el pueblecito alemán donde vivo hasta Mataró, la ciudad donde nací y me crié hasta los 35 años. Me paro a pensar y resulta que esa cifra es el modelo del segundo coche de mi padre, el coche ochentero por excelencia, el Seat 1430.

Mi padre, adquirió el 1430 cuando éramos muy niños. Era verde fosforito, verde chillón, con techo negro y con unas fundas en los asientos de lo más kitsch, imitando la piel de un leopardo. Con ese coche que tenía sólo 4 velocidades y rugía como si fuera un coche de rallys viajábamos a Extremadura para pasar las navidades con la familia. Aquellos viajes eran toda una aventura, nada de autopistas, carreteras llenas de curvas. Pasábamos por infinidad de pueblos, por puertos de montaña, donde los bancos de niebla iban y venían caprichosamente. Los bares de camioneros eran auténticos, con sus máquinas tragaperras y sus expositores de casettes. La crème de la crème de la España cañí.

Llegábamos de madrugada, como los bandidos. Nos esperaban siempre en vela nuestros abuelos y tios, de cuando no teníamos móviles. Doce horas de incertidumbre. Las llegadas siempre eran emocionantes, pero aún más las despedidas, hasta el próximo verano o próximas navidades. Muchas emociones contenidas.

Ahora soy yo el emigrante. Viajo en un coche japonés con un móvil de una marca coreana donde puedo hacer videoconferencias con mi familia en las pausas durante el viaje. Los coches, las carreteras y medios han cambiado, los sentimientos no. En absoluto.

Llego a casa después de 16 horas de viaje y por ahí anda mi madre asomada al balcón, esperándome. Mi padre es el que suele bajar a recibirme, para luego sacar su coche del parking y dejarme aparcar el mío en el suyo. – Te veo más gordo, más flaco… según me vean, un par de palmadas en la espalda y pa arriba se ha dicho. Ver a mis antiguos vecinos cada más viejos, con más canas, como yo. Ver crecer por ejemplo a mi sobrina, que sabe que cada 6 meses llega su tiet y le trae regalitos de un sitio lejano. Le han dicho que llego en avión y ahora siempre que ve un avión me nombra señalando hacia el cielo. ¿Qué pensará de su tiet?, ¿porqué no vuelvo?

Y así la historia se repite. Con sentimientos encontrados pero contento de repetir cada año esas mismas emociones. En tres días volvemos  para comernos los turrones y recargar pilas.

6 comentarios en “El retorno del emigrante por Navidad

  1. Cuanta razón tiene este post 😉 Siempre hace ilusión visitar a la familia, a mi me suele gustar redescubrir mi ciudad cuando vuelvo a casa, ver lo que ha cambiado; nuevas calles, nuevos edificios… Pasalo genial estos días con los tuyos!! 🙂 🙂

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  2. jooo que recuerdos de esas esperas en casa de los abuelos… mi madre llamando para que nos fuéramos para casa porque era ya muy tarde y nosotros que no nos queríamos ir porque aún no habíais llegado, pero la abuela Carmen siempre lo arreglaba no te preocupes que luego los lleva el Perico y al tito siempre le tocaba repartirnos jiji… Pásalo bien, disfruta de esos momentos y felices fiestas primo!!

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    1. Sí prima, eso lo recuerdo, que decía la abuela que justo os acababais de ir, que habíais estado esperando, pero como siempre se nos hacía tarde con tanta carretera y tanta curva. Cuando no llegábamos muy tarde era un no parar de desfilar primos, os poníais en fila para saludarnos, ¡no dábamos a basto!

      Muchas gracias, así lo haré, igualmente!!

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