
Ponemos rumbo a Siracusa, una de las ciudades más grandes del este de Sicilia, con mucha historia también puesto que tiene muchos restos romanos y griegos.
Cuando llegamos y dejamos las cosas en el hotel, fuimos al centro a dar una vuelta y cenar algo. El gps nos llevó a una zona rara y oscura, imposible que fuera eso el centro. Andamos un poco más hacia adelante hasta que la encontramos, el casco viejo se encuentra en una isla comunicada por un puente, lo llaman Ortigia. La brisa del mar rodea la ciudad vieja. Te teletransportas a otra época viendo las casas viejísimas con monumentos enormes en mitad de una callejuela perdida. La ciudad de alguna manera, me recordó a la Barcelona de hace años, cuando todavía no se había explotado tanto el turismo y conservaba ese aire marinero en los barrios pegados al mar.
Hartos de mirar en infinidad de pequeños restaurantes donde ofrecían exactamente los mismos platos, precio turista claro, elegimos uno en una especie de palacete con patio cubierto. En teoría todo muy bonito pero no come uno como en España en relación calidad precio. Vinieron unos músicos con sus uniformes más parecido a los de una tuna, con panderetas, flautas y tambores y demás para cantar una tarantela siciliana a los comensales. Los señores eran muy mayores, y ahí iban pasando la gorrilla. El más joven era el de la pandereta saltarín. Igualito que la tuna oiga.
Después de perdernos por entre las calles a cada cual más bonita, misteriosa y marinera, dimos un largo paseo bordeando los muros que contienen el agua del mar. La ciudad a esas horas era nuestra, vacía y tranquila, pero no tardamos mucho a la hora de irnos al hotel porque nuevamente estábamos rendidos. Al día siguiente probamos a visitar la Oreja de Dionisio y el teatro griego de Siracusa, que es impresionante por lo visto, por lo bien conservado que está, pero nada más llegar al recinto empezó a llover a lo bestia. Tres días seguidos lloviendo en Sicilia, tuvimos mala suerte. Decidimos poner kilometros por medio, nos largamos en dirección a Messina huyendo del mal tiempo. Tres días persiguiéndonos la lluvia. Cogimos el ferry de nuevo, metiendo el coche entre camiones de carga dentro del barco. Mientras nos alejábamos veíamos los nubarrones sobrevolando la isla. Si mirábamos en dirección a Calabria, veíamos el cielo despejado. Cosas del cambio climático.
Salimos del Ferry acalorados, el tiempo veraniego permanecía en Calabria. Teníamos que ir a Tropea para pasar la noche allá para luego coger un barquito que nos llevaría a las islas volcánicas, las islas Eolias. Pero antes de todo eso hicimos parada en Scilla, una bonita localidad que se extiende a lo largo y a lo alto de la montaña. Después de comer unas buenas pizzas nos dimos el baño que tanto echamos en falta en Sicilia. No me podía creer que me pudiera bañar en octubre y no pasar frío, el agua estaba en su punto y el sol calentaba pero no quemaba.
Después de hacer fotos desde todos los ángulos en Scilla, nos dirigimos de nuevo a Tropea para buscar nuestro nuevo hotel. El gps me la jugó metiéndome en una carretera que no era una carretera, sino un camino de cabras que me llevó a un pueblo perdido en el tupido bosque calabrés. Si se me hubiera estropeado el coche allí mismo la tenemos liada, pero después de muchos ringo rangos llegamos por fin al caer la noche a Tropea. Paseíto y cena rápida que al día siguiente había que madrugar. Nos esperaba la excursión a las Islas Eolias. Vulcano, Lipari y la tan esperada, Stromboli.