Por fin, después de avistar un buen puñado de veletas, veo una destacable para poder añadir a mi particular colección de veletas. Se trata de esta inmensa veleta con un montón de símbolos que desconozco. Se encuentra en la ciudad de Dinslaken, en el comienzo de la cuenca del Ruhr. Un lugar donde en el pasado dejaron una huella indeleble. Las afueras, con las casas grises para los antiguos mineros, son horribles. Ahora las deben ocupar los turcos y otros auslanders. El centro de Dinslaken por el contrario tiene su encanto, tiene hasta una librería de dos planta grande y moderna y una pequeña biblioteca cafetería donde invita a quedarse uno refugiado del mal tiempo acompañado de una buena lectura y un buen café.

La veleta que nos ocupa hoy, se encuentra en una de las plazas del centro del pueblo. Diría que representa a la lechera del famoso cuento. ¿Ustedes saben a cuál me refiero no?

Una niña porta un caldero (o dos, es lo mismo) de leche, un encargo de su padre (o madre, es lo mismo igual), que ha ordeñado previamente y le han dicho que todo el dinero que saque de la leche podrá ser para ella. Ella cantarina y risueña, camina cargando los calderos de leche pensando que con el dinero que saque por ella, puede comprar unos pollitos, que luego serán gallinas y gallos, y luego vendiendo esas gallinas y gallos podrá comprar un cerdo y cebarlo y revenderlo, con el cuál podría comprar una vaca y su ternero y acabar teniendo una granja como la de sus padres. Así de fantasiosa imaginaba su futuro, que no se preocupaba de su presente, su camino hacia el pueblo. Una rama en el camino se interpone en ella y tropieza. Adiós leche, adiós gallinas, adiós cerdo,… adiós a todo. Estos cuentos populares son  tan didácticos para  los niños… y no tan niños. La fantasear debe poder aplicarse a la realidad en su justa medida. Eso pienso yo, no sé que pensarán ustedes. El caso es que ahí está, encaramada en lo alto, vigilando la antigua ciudad minera. Cargada de ilusiones.