En mitad de la oscuridad y de una lluvia horizontal por la ventisca, dos hombres se adentraron en el cementerio cargando pico y pala a los hombros. Buscaron con dificultad entre más de 400 lápidas anónimas hasta encontrar la deseada, una lápida blanca. Empezaron a cavar la tierra todavía fresca. Después de poco menos de una hora dieron con el ataúd. Se apresuraron entonces a desenterrarlo, calados ya hasta los huesos. Una vez lo extrajeron, el más menudo de ellos fue a buscar la camioneta y cargaron el féretro de algo más de 120 kgs. Se marcharon sin tapar el agujero de nuevo, como si tuvieran la intención de que supiera todo el mundo lo que habían hecho.
Al cabo de un par de meses y después de haber recibido la familia del fallecido falsas llamadas asegurando que tenían en su poder el ataúd del fallecido, los dos hombres autores de aquel macabro robo, se comunicaron con la familia y pidieron un rescate por él. La cifra que pidieron era desorbitada, a lo que su viuda se negó en redondo a pagar semejante despropósito. Insistió que a su marido todo aquello le habría parecido ridículo. Los secuestradores rebajaron el precio del rescate, negándose de nuevo la viuda a aceptar el chantaje.
Fue con la tercera oferta, cuando pidieron mucho menos dinero del que pidieron inicialmente, cuando aceptó la viuda. Fue entonces cuando se puso en marcha la policía, que ya había pinchado desde hacía un tiempo el teléfono de la familia para averiguar desde qué cabina telefónica estaban llamado los secuestradores, hasta que dieron con uno de ellos en mitad de una de las conversaciones. Éste luego confesó y les indicó dónde podían encontrar a su socio. Se trataban de dos simples mecánicos, un polaco y un búlgaro que no se les ocurrió otra cosa que tramar este plan para dar el golpe de su vida y no tener que vivir con las estrecheces que con las que se excusaron después que vivían.
Esta historia pasó de verdad, los pormenores del suceso se pueden leer aquí. El fallecido no era otro que Charles Chaplin y la viuda Oona O´Neill. El suceso ourrió en Corsier-Sur, una pequeña localidad pegada a la ciudad de Vevey, en Suiza, a orillas del lago Leman, en la residencia donde vivió los últimos 25 años hasta su muerte el célebre actor y director de cine. Ocurrió a principios de 1978, Chaplin murió en la Navidad de 1977 y sufrió sin querer una escena rocambolesca, la última broma, como algunas de las escenas de sus films. El ataúd estuvo todo aquel tiempo a sólo un kilómetro de la residencia de la familia Chaplin. El agricultor de aquellas tierras una vez supo lo ocurrido, se armó en cólera por aquel despropósito, pero acabó poniendo una placa conmemorativa que decía. “Aquí descansó Charles Chaplin. Brevemente”.
pd. En mis años en Suiza, visité Vevey para una gestión en la aduana, para cambiar la matrícula española de mi coche por una suiza. Pude ver numerosos monumentos y murales en homenaje a Chaplin y su célebre personaje, Charlot. También sufrí una anécdota digna de una película de Charlot. Ser multado por un policía mientras realizaba mis gestiones, para luego ir en busca de él con la esperanza de encontrármelo multando por ahí a otros incautos. Lo encontré y le expliqué en mi precario francés y haciendo uso de todos mis recursos mímicos, como Charlot, sobre porqué aparqué y no puse el reloj correctamente. El caso es que, la charlotada funcionó. ¿Casualidad? 🙂
¡Hola! Llevaba tiempo sin comentar en tu blog y esta historia me ha animado a hacerlo 😉 ¡Qué curiosa! Gracias por compartirla 🙂 Abrazos desde Köln
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Hola Montse! A mí también me llamó la atención, por eso quise presentarla como un simple relato para luego desvelar que pasó de verdad.
Un abrazo y gracias por pasar por aquí!
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