Debo confesar que no tengo nada interesante que contar. El día a día es como el día de la marmota de Bill Murray, parecen siempre el mismo día, las mismas rutinas.
En teoría se recomienda escribir sobre algo que conoces o ves de cerca, o te inspire. Ahora mismo no me inspira nada, pero nada de nada. Lo más cercano que veo son los taca tacas de las señoras, esos andadores con patas y ruedas que sirven a su vez de sillón cuando a la gente mayor le fallan las fuerzas y se sientan en él como el que se pone a ver un partido de fútbol. He visto a señoras que andan con cierta soltura pero se aferran a sus taca tacas como el que se aferra a su único décimo de la lotería de Navidad, por si acaso. Cargan sus bolsas en sus enganches y a rodar se ha dicho.
Por otro lado esta la versión poltrona con ruedas que consiste en un pequeño cochecillo eléctrico que seguro que habréis visto, pero no como en Alemania, que parece que estén de oferta entre la gente de la tercera edad. Tienen sus espejitos retrovisores, sus porta cosas, su bocina… hasta sus pegatinas y banderolas. Sólo les falta tener un cenicero y un habitáculo para dejar las peladuras de las pipas. Estos señores y señoras circulan por las calles de sus pueblos, algunos temerariamente, como si no hubiera un mañana. He llegado a ver circular estas poltronas con ruedas por las carreteras. Con dos cojones. Lo bueno es que muchos de ellos pueden andar, pero buff, que pesado andar, mejor que me lleve el trasto de aquí pa allá.
Es algo preocupante. La gente se acomoda a moverse menos, a no hacer nada, salvo tener a punto su jardín, para no disfrutarlo, que ya es el colmo. No sé bien en las ciudades alemanas pero en los pueblos hacen una vida muy de puertas para adentro, y eso no es bueno. Creo que esta reflexión ya la comenté hace dos posts. Ya me repito, tut mir leid.
Hace años, justo un año antes de explotar la crisis en nuestras narices. Trabajando en les Cinc Sènies, a las afueras de Mataró. Pude ver como un señor se acercaba calle arriba hacia nosotros. Su paso era lento, pero subía, poco a poco. Cuando llegó hasta nuestra altura nos saludamos y empezamos una pequeña conversación.
- Hola, bon dia.
- Bon dia.
- ¿Qué?, ¿un paseíto de buena mañana?
- Sí, sí hijo, es lo que toca, moverse un poco cada día. (me dice con pronunciado acento catalán)
- ¿Cuantos años dirías que tengo?
- Pues no sé, ¿setenta y cuatro?
- Casi, noventa y tres.
- No puede ser. ¿Noventa y tres y anda subiendo estas cuestas?
- Sí hijo sí, y el día que no lo haga me mustiaré como esa flor y para el hoyo. (Me señaló un flor silvestre con la punta de su bastón)
La conversación terminó pronto. El señor prosiguió su camino, despacito, como la canción de Luis Fonsi, y yo seguí con mi trabajo. Pero sus palabras resonaron en mi conciencia, y a día de hoy, más todavía. Hay gente, gente que no conoces de nada, que pasan por tu vida fugazmente, que sin pretenderlo, te dejan una reflexión que te queda grabada en tu mente y a la que te agarras en muchas ocasiones para dar respuestas a las dudas y preguntas que te asaltan en la vida. Al menos es algo que a mí me suele pasar.
Es como el libro de Spencer Johnson llamado «¿Quién se ha llevado mi queso?» donde afirma que en la vida todo está en continuo movimiento, en continuo cambio. Si te quedas parado… pues eso, ahí te quedas. En el libro el autor invita a buscar de nuevo el queso (aquello que desees), a anticiparte antes de que se acabe, exponiendo las posibles nuevas situaciones de una forma clara y práctica.
Es por eso, que tanto taca taca (andador), tantos coches eléctricos para viejos y tanto sedentarismo físico y psicológico no te lleva a nada bueno. Tal vez tenga más razón que nunca aquel anciano de noventa y tres años y merezca la pena el esfuerzo de subir la cuesta, poco a poco, subirla para luego bajarla, tener la energía suficiente para hacerlo. Ya sería un buen Leitmotiv, un sentido de la vida, moverte para constatar que sigues vivo. Parafraseando a Machado de manera recurrente, pero de una clarividencia encomiable,
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Y ahora, unos consejitos musicales sobre las cosas que conviene saber, así porque sí, de la mano de Marwan. Me quedo con aquello de; El amor es el único juego en el que hay que empatar.
Curiosa conversación la tuya con ese anciano. Hace un par de meses, en una pequeña localidad cercana a Logroño, Lapoblacion, perteneciente a Navarra, me topé con un señor mayor acompañado de un perro que parecía aún más viejo que él. Yo bajaba de la cima del conocido pico León Dormido, por su curiosa silueta. El caso es me paré a hablar con él y más o menos la conversación siguió los mismos derroteros que la tuya. El hombre se jacto de sus 89 años y me habló de sus años de pastor en la zona, tal vez ansioso de compañía o simplemente para darle a entender a ese urbanita con ansias de montañero ( yo) que el subía a la cima con sus ovejas sin tanto atavío, mochila, bastón, botas de trekking, pantalones impermeable y demás parafernalia. Lo primero que me dijo fue: pues sí que vas preparado.
Todo este rollo viene a que aquí, lo sabes bien, vivimos de puertas hacia afuera, nos encanta charlar con quién este dispuesto a escuchar.
Aquí también proliferan los andadores y sillas eléctricas, pero son muchos los mayores que no renuncian a sus paseos. Espero ser uno de esos que no pierden las buenas costumbres, yo también me mustiaria sin mis paseos por la naturaleza.
Un abrazo y buen verano
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Hola Salva, que se me pasaba este comentario tuyo. Pues sí, en España nos gusta hablar hasta con las piedras, de forma cercana y espontánea. Los abuelos nos dan mil vueltas con esto de los paseos, que llevan toda la vida a pata, no como nosotros que ya nos movemos con patinete para ir a comprar el pan. Que nos nos quiten los paseos, que sirve para airearnos las ideas y para estirar las piernas.
Un abrazo y lo mismo para ti.
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