Un punto negro se divisa en el horizonte del desierto. El sol quema, duele. Abrasa por dentro y por fuera. Aquel punto negro se va acercando, poco a poco, como galopando. Va montado en un camello.
Así comienza una de las escenas más recordadas del film de David Lean, Lawrence de Arabia. Bueno, eso y que ese punto negro era Ali (Omar Sharif), el guerrero árabe que se cargó al acompañante de Lawrence (Peter O’Toole) de un tiro, montado a camello, ojo. Pero bueno, eso son menudencias que sirven para lograr el efecto de toda la película. Un viaje fascinante al medio oriente, donde habitan los pueblos árabes, oprimidos a principios del siglo pasado por el Imperio Otomano (los turcos). Donde cuentan la historia del célebre héroe de guerra británico y arqueólogo, Thomas Edward Lawrence. El mismo que se convirtió en una leyenda entre las tribus, era el paladín de la causa árabe que, según cuentan en las biografías, usaron los británicos, para usar su imagen y su amistad con ellos, para conseguir sus propósitos y repartirse el pastel a su conveniencia después de las trifulcas y bravatas en medio del desierto que protagonizó Lawrence con líderes tribales y jerifes como Fáysal ibn Husáyn, que acabó siendo el primer Rey de Irak, con el control completo de la corona británica durante muchos años. ¿Os suena un poco esta historia de líderes puestos a dedo y de complots y traiciones?, ¿os suena verdad? Esto se ha ido perpetuando hasta nuestros días.
Toda esta épica historia de batallas en mitad del desierto, de la toma de Damasco, de los claros y oscuros y dilemas morales que acabaron con la traición del propio Lawrence de Arabia aprovechando los deseos de libertad del pueblo árabe, se narra con una fotografía sublime y una banda sonora inolvidable compuesta por Maurice Jarre (padre de Jean Michel Jarre. Cuarenta y dos años he necesitado para en caer en la cuenta de la relación paterno-filial).
Anoche en un Flohmarkt de Münster, un mercado donde la gente no profesional vende de todo, compré la banda sonora en vinilo de Lawrence de Arabia. Pensando en los 4.000 kms que separan de donde vivo a Damasco, tristemente protagonista de múltiples noticias por las masacres que cometen día a día en Siria. Algo que no tiene nada de épico ni mucho menos romanticismo. Es entonces que me acuerdo de aquella escena en mitad de aquel inmenso desierto, de Omar Sharif, aquel puntito negro acercándose a Lawrence montado en su camello, y de la respuesta de éste cuando le pregunta un periodista porqué le atrae tanto el desierto, soltando la siguiente frase lapidaria;
«Está limpio».