Disparos certeros

El otro día, acompañé a Irene a una tienda de fotografía en el barrio de Gràcia. Quería comprar un carrete de fotos para una antigua cámara que tenía en casa su familia, una Canon de casi cincuenta años.

Irene, siendo una milennial apasionada de lo vintage, le preguntó por el funcionamiento para cargar el carrete. El señor, le explicó que para esa cámara la carga del carrete era bastante sencilla. Colocar el carrete, extender el extremo hacia el otro rodillo y cerrar la tapa de la cámara, luego mover varias veces una manivela hasta comprobar que se había enganchado bien el rollo. Le dijo que si no lo ajustaba bien, al acabar el carrete, si seguía disparando fotos se superpondrían encima de la fotos ya hechas, y así en un bucle sin fin.

Total, que salimos de allí con el carrete puesto. Le dije que al revelarlas se podían pedir en brillante o en mate. Ella me miró ojiplática, como la que mira un extraterrestre. Los únicos filtros disponibles de la época. El efecto vintage en este caso no sería un filtro, sino el efecto real de aquella cámara.

Eso me recordó cómo era hacer fotos con la antigua cámara de mi padre, y con las que tuve después. Un carrete que te costaba un dinerito, y luego revelarlas otro tanto más. Tenías 24 o 36 posibilidades de retratar algo. Tenías que pensar muy bien qué querías fotografiar, el carrete tenía un principio y un fin. Diciendo esto me vienen un montón de metáforas sobre la vida de esto.

El caso es que, sin negar las virtudes de tener a mano hoy en día tantas cosas, la posibilidad de hacer tantas fotos y borrarlas casi infinitamente, de la disponibilidad de tanta música a tu alcance, libros, e-books, películas que puedes ver en el cine de tu casa, conciertos en streamming, información de todo tipo a un solo golpe de click, nada es comparable con el saber que las cosas antes eran finitas, costosas, y bastante más difíciles de realizar. Eso se traducía en la necesidad de enfocar bien qué es lo que querías, en qué disco querías gastarte tus paupérrimos ahorros, qué fotos harías, a quién y a qué. Qué viaje planearías… todo por la misma cuestión, el coste de las cosas. Enfocabas y lo disfrutabas, era tu apuesta personal, tu decisión. No tener todo a mano, evitaba ese hartazgo, esa frustración por saber que hay tantas posibilidades y ser consciente que no puedes asimilarlas todas. Cada vez noto más dos tipos de personas. Las apáticas, que consumen por consumir, que les da todo igual, y las que consumen con un ansia de disfrutar, de acumular emociones… pero saben que hay tantas por hacer, que se angustian y no disfrutan al 100% de las cosas que hacen. La vida es un fast food, comer y vomitar sin control. Cuando debería tomarse uno más tiempo para cocinar, para comer… en definitiva para vivir.

Lo sé, el modo intensito resurge una y otra vez. Me estoy quitando… palabrita. 🙄

Os dejo aquí una cancioncita porque sí de mi amiga Cathy, donde colabora Pascal Comelade con sus pianitos inconfundibles, antiguos compañeros de andanzas musicales con la Bel Canto Orchestra por el sur de Francia. Fiel a la autenticidad de las cosas y a su estilo, sin pretenderlo, es moderna, porque realmente le gusta lo antiguo, el flamenco y cualquier música o expresión artística bien hecha.

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