Que me parte un rayo, y que te parta más a ti, cantaba Christina Rosenvinge, diva del pop y luego del indie.

El verano pasado, acampado en el valle de Ordesa y el Monte Perdido, sufrimos unas grandes tormentas eléctricas que amenazaban con partirnos en dos de un momento a otro. Montañas de Huesca, qué bonitas sois, y qué miedito dais. Pasamos una noche metidos en el coche por miedo a que nos cayera un rayo.

Pero si hay alguien que tiene experiencia de que le caiga un rayo, ese es Roy Sullivan, un guarda forestal del Parque Nacional de Virginia, en Estados Unidos. Dicen que la probabilidad de que le caiga a uno un rayo es de una entre tres millones, pues al bueno de Roy le cayeron ni más ni menos que siete rayos, y sobrevivió a todos ellos (chamuscándose el pelo, el hombro, perdiendo el dedo gordo de un pie y cosillas varias). Está claro que por su trabajo tenía más papeletas de que le pudiera caer uno, pero es que le cayeron siete amigos. ¿Y de qué murió este señor? pues paradójicamente de un mal de amores, intentó quitarse la vida disparándose, sufriendo una herida que se le infectó posteriormente y acabó muriendo debido a la infección.

Parece ser que esa frase hecha del «que me parta un rayo» no era suficiente en su caso y optó por otras alternativas. Y para cubrir un tupido velo sobre este último comentario jocoso, despido este post trayendo de vuelta a Christina para que nos cante un tema de desengaño amoroso en toda regla, «Mil pedazos».

Fuente sobre la historia de Roy Sullivan.